Es normal que una obra novelística tan excepcionalmente amplia y dilatada en el tiempo como la de Pío Baroja sea susceptible de sistematización y clasificación, no sólo por lo extenso del tiempo cronológico e histórico en el que se va produciendo, sino por la lógica evolución en un proceso de creación extraordinariamente largo y que responde a momentos claramente diferenciados de la vida y de la personalidad misma del escritor y del contexto histórico y socio-literario de sus novelas.
Baroja es, sin embargo, un escritor que define y fija muy pronto su modo personal de entender la novela y de hacerla. Y el hecho de que la novela –práctica y teoría- barojiana tenga como eje generador esa esencial dimensión de flexibilidad y acogimiento del género novelesco –el famoso saco en el que cabe de todo- y de que el escritor se muestre tan fieramente libre a la hora de crear y tan enemigo de preceptivas, escuelas y tendencias, hace que la novela barojiana esté hecha siempre como respuesta a un único y mismo convencimiento teórico y necesidad vital y que ambos estén claros para el escritor, no, desde luego, desde su primera novela –La casa de Aizgorri, de 1900-, ni, al menos del todo, desde la segunda –Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, de 1901-, pero sí a partir de novelas tan fundamentales como Camino de perfección (1902), El Mayorazgo de Labraz (1903) y las tres de La lucha por la vida (1904-1905).
Para Baroja, “el oficio de novelista no tiene metro” y por eso mismo hay muy poco que aprender en el arte de hacer novelas; “la cuestión es tener vida, fibra, energía, romanticismo, o sentimiento, o algo que hay que tener, porque no se adquiere”(32). No hay, por tanto, un proceso de aprendizaje. Y la prueba está en que los grandes escritores lo han sido desde el principio; no hay verdadero progreso en su producción y en muchos casos las obras más importantes han sido escritas tempranamente(33).
Por todo esto resulta difícil trazar una trayectoria de desarrollo y evolución de la novelística barojiana y mucho más todavía desde criterios externos al propio escritor o en función de tendencias, gustos o modas literarias. El único criterio válido sería en todo caso el de la propia trayectoria vital y literaria del novelista, es decir, el devenir y el ritmo de su personalidad y de su impulso creadores. Que es lo que ha hecho, por ejemplo, Eugenio G. De Nora, para distinguir tres grandes momentos en la producción barojiana: uno primero –“etapa creadora”- que iría de 1900 a 1912 aproximadamente y al que pertenecen la gran mayoría de las obras no sólo más representativas, sino también las de mayor calidad novelesca: Camino de perfección, El Mayorazgo de Labraz, La busca, Paradox, rey, Zalacaín el aventurero, César o nada, El árbol de la ciencia. Un segundo período, hasta los años de la guerra civil, que se distingue por el inicio de la serie Memorias de un hombre de acción, y cuyo rasgo más definitorio sería el mantenimiento del nivel de creación literaria; y, por fin, un tercer período que, si no es de decadencia, sí es de debilitamiento del vigor y la frescura creativa de las etapas anteriores, y que no ofrece nada esencial, fuera del indudable interés, más biográfico que propiamente literario, de las memorias que el escritor recoge con el nostálgico y resignado título Desde la última vuelta del camino(34).
Don Pío mismo parece ratificar, al menos parcialmente, esta clasificación cuando, hacia 1947, fecha de publicación de Galería de tipos de la época, cuarta entrega de sus memorias, señala dos épocas en su producción literaria y sitúa la frontera precisamente en el comienzo de la primera guerra mundial(35). Dentro de esta genérica periodizacion de su novelística, sí hay en Baroja una clara voluntad sistematizadora, de agrupar sus novelas en series. Tal vez sea un corolario de su concepción misma de la novela como estructura abierta, susceptible por tanto de ser articulada, relacionada o agrupada con otras estructuras novelescas igualmente abiertas.
Además de los veintidós títulos de la serie Memorias de un hombre de acción, una gran mayoría de las novelas de Pío Baroja han sido agrupadas por el autor en trilogías. En ocasiones, no se trata de un modelo previo desde el que se planifica y orienta la escritura de las novelas y, con muy pocas excepciones, las novelas agrupadas apenas ofrecen rasgos comunes estructurales, temáticos y a veces ni siquiera cronológicos.
Baroja utiliza por primera vez el modelo de la trilogía en La lucha por la vida, cuyas tres partes –La busca, Mala hierba y Aurora roja- aparecen en un intervalo de pocos meses entre 1904 y 1905. El escritor parece quedar satisfecho con el procedimiento, porque de hecho lo aplica a otras series ya escritas, siquiera parcialmente: es el caso de la trilogía Tierra vasca, a la que pertenecen La casa de Aizgorri y El Mayorazgo de Labraz, escritas respectivamente en 1900 y 1903; a estas dos se añade luego Zalacaín el aventurero, que aparece en 1909. Incluso la trilogía se convierte en tetralogía con una cuarta novela, La leyenda de Jaun de Alzate, que, aunque cronológicamente bastante posterior –1922-, por su temática es adscrita por la crítica a la serie de la Tierra Vasca. Lo mismo ocurre con la trilogía La vida fantástica, cuyas dos primeras novelas –Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901) y Camino de perfección (1902)- son anteriores a La lucha por la vida.
Escribió Baroja un total de diez trilogías. Si tenemos en cuenta que al igual que en la de la Tierra vasca también en la serie El mar se agrupan cuatro títulos en lugar de tres, el resultado es que treinta y dos de las novelas de Pío Baroja son agrupadas en trilogías. De éstas, cinco –Tierra vasca, La vida fantástica, La lucha por la vida, El pasado y La raza- pertenecen íntegramente a esa primera etapa creadora del autor que va, en la clasificación de G. de Nora, hasta 1912. Otras dos –Las ciudades y El mar- tienen dos y una novela respectivamente dentro de ese período. Las otras tres trilogías –Agonías de nuestro tiempo, La selva oscura y La juventud perdida- pertenecen al segundo período creativo de Baroja, ya que las nueve novelas están escritas entre 1926 y 1937. Entre ambos grupos de trilogías habría que situar la serie de las Memorias de un hombre de acción, cuyos veintidós volúmenes se publican entre 1913 y 1935.
(32) M. Pérez Ferrero, Pío Baroja en su rincón, pág. 183, citado por E. G. de Nora, La novela española contemporánea, I, pág. 121. (Volver Arriba)
(33) En Galería de tipos de la época, Baroja dice: “En literatura se aprende muy poco, y el gran escritor, en general, da la muestra de lo que es desde el principio. Dickens da toda su medida en Pickwick, como Dostoievski en Pobres gentes”, O. C., VII, 881. (Volver Arriba)
(34) Cf. E. G. de Nora, op. cit., págs. 133 y sigs. (Volver Arriba)
(35) “Pensando en mis libros, he llegado a la conclusión, sin comprobarlo, que debe haber entre ellos, en lo malo y en lo bueno, dos épocas; una, de 1900 a la guerra mundial; otra, desde la guerra del 14 hasta ahora. La primera, de violencia, de arrogancia y de nostalgia; la segunda, de historicismo, de crítica, de ironía y de cierto mariposeo sobre las ideas y sobre las cosas. No sé si esto parecerá una fantasía, un poco de egotismo.
Yo, al menos, noto estas dos épocas distintas”, O. C., VII, 832. (Volver Arriba)