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Martes, 23 de abril de 2024
Baroja
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PÍO BAROJA Y LA NOVELA HISTÓRICA
JESÚS M. Lasagabaster

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El perspectivismo de las Memorias de un hombre de acciÓn





Otro elemento que distingue las Memorias de un hombre de acción de unas memorias convencionales y que contribuye también para alejar el relato de la aséptica objetividad del discurso histórico de segundo grado, es decir, intradiegéticos, que surgen en el interior mismo de la historia contada por Leguía(2.1) por ejemplo, el propio Aviraneta, que cuenta alguna parte de sus aventuras, en novelas como El escuadrón del brigante, Crónica escandalosa, Desde el principio, hasta el fin... u otros personajes, como Pepe Carmona en los pasajes principales de Las furias, o López del Castillo en la mayor parte de Los confidentes audaces. El caso de las “memorias” del inglés Thompson (La ruta del aventurero) es distinto y más original, porque n o es propiamente un relato dentro de u relato, sino que una novela entera es de un “autor” diferente de Leguía(3).

Otras veces, la presencia de un narrador en tercera persona –es decir, desaparece la identidad narradora de Leguía-, cosa que ocurre, además de en El aprendiz de conspirador, en novelas como Las figuras de cera, Humano enigma, La venta de Mirambel, La veleta de Gastizar...-, convierte el discurso en un relato “anónimo”, o mejor, “neutro”, del que desaparece la voz narradora subjetiva de Leguía; aunque a decir verdad, ese narrador en tercera persona tiene las mismas características que Pello Leguía cuando está identificado como voz narradora en el relato.

Hay también novelas en que se opera un cambio de narrador –La ruta del aventurero, Los contrastes de la vida, Las furias... A veces la identidad cambiante del narrador en primera persona se presta a confusión y el lector tiene que hacer un esfuerzo para identificarlo; esto ocurre, por ejemplo, con la historia “La mano cortada”, de Los caminos del mundo; en el prólogo, el “yo narrante” es Leguía; a poco de comenzar el primer capítulo, la narración pasa a Alzate, que va a relatar las aventuras de Aviraneta en Méjico; en el capítulo tercero, hay un nuevo cambio de perspectiva narrativa, y es ahora Aviraneta el que se hace cargo de la narración, contándonos una conversación que tuvo con Volkonsky; pero esta conversación es contada en estilo directo, no indirecto, de forma que el “yo” alterna entre Aviraneta y Vokonsky; se trata de un diálogo y por lo tanto los dos interlocutores son alternativamente emisor y receptor, o, si se quiere, narrador y narratario. Después, vuelve Alzate a hacerse cargo del relato, hasta que, hacia la mitad del último capítulo, es Leguía el que asume nuevamente la tarea de narrar. Longhurst (1974) comenta a este propósito que en el fondo no se trataría de las memorias de “un” hombre de acción, sino de varios hombres, añadiendo “tanto de acción, como de contemplación”. Nos parece exagerado, porque aunque haya efectivamente varios narradores, es excesivo hablar de “memorias” de todos ellos; sólo Aviraneta es objeto del relato de Leguía, de su propio relato y del de otros personajes. Es verdad y ya lo hemos señalado repetidamente, que no se trata de “memorias” en el sentido propio del término; pero la serie, de ser “memorias” de alguien, lo es de Aviraneta y de nadie más.

En los relatos orales, cuando la narración pasa a labios de otros narradores, Leguía es siempre receptor o narratario, lo cual es necesario para que el propio Leguía, como cronista general de las Memorias, esté informado y pueda contarlo; es siempre Leguía, solo o con otros personajes, el que recibe el relato.

Si en el nivel de la historia Aviraneta, a pesar de ser el “protagonista” de la serie, no lo es de una manera totalizadora –hay relatos en los que no aparece, o casi-, sí parece en cambio que en el nivel de la narración Leguía tiene un papel unificador muy claro y bastante totalizador, ya que, cuando el autor de la crónica no es él mismo, es el destinatario del relato oral de otros personajes, a él le entregan otros personajes sus cuadernos de notas o memorias con los que construye luego su crónica sobre Aviraneta, y es también Leguía el que decide la integración de escritos del propio Aviraneta en el texto de las Memorias.

Longhurst relativiza mucho –opinamos que demasiado- la importancia de Aviraneta y, sobre todo, su papel unificador, vertebrador de la historia, precisamente por sus ausencias de algunas partes del relato. Esto nos permitiría justificar la idea ya expuesta de que la verdadera unidad, el verdadero eje integrador de toda la serie de las Memorias de un hombre de acción se da más en el nivel de la narración que en el de la ficción; y esto es precisamente lo que hemos querido señalar cuando hemos subrayado el papel de Pello de Leguía y Gaztelumendi, porque aunque se mueva en los dos planos –narración y ficción-, su paso por la ficción está al servicio de su función en el plano de la narración.

Fuera del caso de la primera novela de la serie –El aprendiz de conspirador-, cuya primera mitad es prácticamente la biografía de Pello de Leguía y Gaztelumendi, hecha por un narrador externo, el resto de las apariciones de Leguía en el plano de la ficción, son para motivar o justificar lo que podríamos denominar “situaciones de narración(2.2), es decir, hacer verosímil no la historia en sí, sino el relato de esa  historia por parte de Leguía; esto es especialmente claro cuando Leguía es narratorio o destinatario de relatos orales hechos por Aviraneta u otros personajes, o cuando es receptor de cuadernos o notas escritos por otros. Incluso, si en algunos momentos puede dar la impresión de que la presencia de Leguía en la historia no está directamente subordinada a una “situación de narración”, sino que es un personaje como cualquier otro, su presencia es fundamentalmente la de un “testigo”, la de alguien que “tiene que estar” ahí para poder contarlo.

Esto nos lleva a afirmar que la funcionalidad de Leguía se dirime esencialmente en el plano de la narración y no en el de la ficción; o, en todo caso, la escasa funcionalidad que en algún momento puede tener en el nivel de la ficción, está claramente subordinada a su papel en la narración.

Esta perspectiva nos llevaría a pensar que las Memorias de un hombre de acción, que no son propiamente “memorias” y que tampoco serían, siguiendo al profesor Longhurst, de “un” solo hombre, sino de varios, se especifican sobre todo por el autor o cronista de esos abigarrados textos, es decir, por don Pello de Leguía y Gaztelumendi. Lo cual exige ineludiblemente intentar analizar la naturaleza de este “personaje”, de este ente de ficción creado por Baroja, con el pretexto de sus novelas sobre Aviraneta; es decir, quién es Leguía –no tanto su “historia”, cuanto su ser como criatura narrada y narrante, qué hace, cuál es su relación con Shanti/Baroja y, sobre todo, qué función tiene.

Pello de Leguía, propuesto por Baroja como “verdadero” cronista de las Memorias de un hombre de acción, encarna, a mi juicio, la posibilidad y la necesidad de contar; Leguía es una “persona” que convierte su vida y su tiempo en relato.

Ya ha quedado señalado más arriba que la vida de Leguía en la historia está subordinada a su condición de cronista de las aventuras de Aviraneta; va, viene, se mueve, está con la gente, revuelve textos, etc., siempre con el afán de convertirlo todo en relato; para Leguía vivir es justificar, hacer verosímil la palabra narrativa. Y esta es una nota muy barojiana.

La existencia de Leguía es una existencia narrativa; y no sólo porque exista como ente de ficción, sino porque su razón de ser está sobre todo en el hecho de contar. Baroja ha tenido el acierto, yo creo que es un acierto, de rellenar de carne y hueso el personaje, o mejor, la instancia narradora que es Leguía. Baroja construye su biografía, le da una personalidad, unas ideas, una manera de enfrentarse a la realidad de su tiempo y al propio Aviraneta, que reflejan en buena medida la del propio don Pío; pero, sobre todo, le da una personalidad como “escritor” –“cronista”, “biógrafo”, “historiador”, que todos estos términos se le aplican- de las Memorias de Aviraneta. Y, naturalmente, Baroja transfiere a Leguía, como también lo hace con Shanti, sus propias ideas sobre la literatura y, más en concreto, en el marco de la crónica de Leguia, sobre la relación entre la literatura, la novela y la historia.

¿Es Pello de Leguía un doble de Pío Baroja? No lo es evidentemente en su biografía personal, porque Baroja lo sitúa en la época de Aviraneta y no en la suya; sí lo puede ser, en cambio, en cuanto al sistema de ideas o de valores que se trasluce a través de Leguía, y sí lo es, sobre todo, como intermediario narrativo que le permite a Baroja enfrentarse no tanto a la figura histórica de Aviraneta –para eso Baroja no necesita intermediarios-, cuanto a su figura como personaje novelesco. Baroja se sirve de Leguía para transferir a Aviraneta del plano de la historia, en el sentido estricto del término, al de la ficción. Leguía es la garantía de la naturaleza novelesca de don Eugenio de Aviraneta en las Memorias; porque al poner a un ente de ficción como Leguía como garante de la veracidad, y no de la mera verosimilitud, de lo narrado, haciendo de él amigo y confidente de Aviraneta, destinatario de sus relatos orales, depositario de crónicas o cuadernos de otros personajes, o insistiendo en que es él el “verdadero” cronista de las memorias de Aviraneta, Baroja, por una especie de “reducción narrativa al absurdo”, convierte la historia en ficción, o mejor, subordina lo histórico a lo ficticio, sometiéndolo a las leyes de la novela y haciéndolo funcioniar en un sistema novelesco y no histórico.

Elemento decisivo de esta manipulación narrativa y factores de unificación del relato son los prólogos. Es cierto que no se trata de algo original, pero tampoco es, a mi juicio, un recurso vulgar, como algún crítico pretende. Porque deben ser vistos en ese sistema de estrategias narrativas mediante las que Baroja va tejiendo el texto interminable de las Memorias de un hombre de acción y que a lo largo de este trabajo hemos pretendido diseñar. Conviene señalar también que el tono irónico con el que el novelista vasco tiñe algunos de esos prólogos no hace sino subrayar ese juego que Baroja pretende jugar no sólo con el relato de las memorias de Aviraneta, sino también con el lector de esas memorias; en esos prólogos el escritor hace una especie de guiño al lector para obtener no sólo su aquiescencia, sino también su complicidad; sólo desde la complicidad se hace posible que el lector advierta el “régimen” de lectura que el texto de las Memorias de un hombre de acción le está exigiendo y responda poniendo en práctica la competencia literaria –novelesca y no histórica, como hemos tratado de explicar- para una cabal descodificación del mismo.

Al final, Baroja, como todo prestidigitador condescendiente, se deja descubrir el truco. La penúltima novela de las Memorias de un hombre de acción, Crónica escandalosa, lleva un prólogo titulado “Advertencia de Leguía”; la última, Desde el principio hasta el fin, y que es presentado como “continuación de Crónica escandalosa”, no lleva prólogo. En cambio, tras una última parte titulada “La vejez de Aviraneta, por don Pedro Leguía” y que termina con la muerte del héroe, lleva una especie de epílogo, con el curioso título de “El sueño de las calaveras”, señalándose su autoría con las palabras “por Pío Baroja”.

El escritor, al final de las Memorias... parece olvidarse de Shanti y de Leguía, y recupera no ya el dominio, que nunca lo había dejado, sino la autoridad explícita no sólo de ester breve epílogo, sino de la totalidad del texto de las Memorias de un hombre de acción. Así, escribe:

“Poco después de publicar mis dos libros Humano enigma y La senda dolorosa [el subrayado es nuestro; se trata de los tomos XVII y XVIII de la serie]”

y cuando nos cuenta sus andanzas en un intento vano de recuperar la calavera de Aviraneta, se despide de su “personaje” –que así le llama- con estas palabras:

“Al llegar aquí, tiene uno la ligera sensación de melancolía. Se acaba una de mis tareas. Todo tiene que terminar; es el destino de lo humano. Todo acaba. Aquí terminan las MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN. Tengo que despedirme de mi personaje” (O.C., IV, 1170).

Y no sólo es el final de las Memorias, sino también del género que con ellas ha cultivado Baroja:

“Ya no sólo termino la obra, sino que liquido lo que tengo de género de comercio que lleva por nombre novela histórica”.

No parece que don Pío tenga en demasiada estima un género literario, la que, paradójicamente, acaba de dedicar toda una serie de veintidós novelas, que le han ocupado la mayor prte de su tiempo de escritor a lo largo de doce años. Este aparente menosprecio del género “novela histórica”, ¿no será –algo también muy barojiano- una manera eufemística de decir que su “novela histórica” tiene pocas semejanzas con la novela histórica convencional decimonónica?





(2) López Marrón (1985) califica el perspectivismo de las Memorias de un hombre de acción de “dialéctico o dualista”, y estaría relacionado con las ideas y los métodos novelísticos propios de Baroja. Esto parece evidente, pero lo que aquí nos interesa es ese perspectivismo como un indicio más de la prevalencia del discurso novelesco sobre el histórico. (Volver Arriba:2.1) (Volver Arriba:2.2)

(3) L. Lecuona (1993) señala la función crítica que tiene el hecho de que Baroja utilice en la ruta del aventurero el punto de vista del inglés J. H. Thompson. (Volver Arriba)

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